El canto y la adoración a la Madre Tierra, es pura oración que brota de los adentros mas sublimes de nuestro espíritu; yo, uno que nada sabe y esta adentrandose al Gran Misterio, ve y escucha la gran llamada del gran pueblo adorable y legitimo, que en antaños cabalgaron con sus caballos por tierras sagradas y hoy en día sus espíritus siguen cabalgando en las tierras prometidas... Así con su valentía y su grandeza, ellos traen el soplo del viento., el gran musical de las cascadas., ellos traen fuerza y honradez a los pueblos vecinos y a sus hermanos... 

El culto al "Gran Misterio" era silencioso, solitario, libre de todo egoísmo.
Era silencioso porque toda palabra es necesariamente débil e imperfecta; por esto, las almas de mis antepasados se elevaban hacia Dios en una oración muda.
Era solitario porque creían que Él está más cerca de nosotros en la soledad, y no había sacerdotes autorizados a interponerse entre un hombre y su Hacedor.
Nadie podía exhortar o confesar o entremeterse en modo alguno en la experiencia religiosa de otro.
Entre nosotros, todos los hombres habían sido creados como hijos de Dios y se levantaban erguidos, como conscientes de su divinidad.
Nuestra fe no se podía formular en credos, ni imponerse a nadie que no deseara recibirla.
Por consiguiente, no existía la predicación, ni el proselitismo, y tampoco había ateos ni personas que se burlaran de la religión.
En la vida del indio sólo había un deber inevitable : el deber de la oración, el reconocimiento diario de lo Invisible y Eterno.
Sus devociones cotidianas le eran más necesarias que el alimento diario.
Se levanta al alba, se pone sus mocasines y aja a la orilla del agua.
Allí se arroja agua clara y fría al rostro, o sumerge en ella todo el cuerpo.
Después del baño, permanece de pie ante el sol que danza en el horizonte y ofrece su muda oración.
Su compañera puede precederle o seguirle en sus devociones, pero nunca le acompaña.
Cada alma debe encontrarse a solas con el sol, la tierra nueva y dulce y el Gran Silencio.

El indio era un hombre religioso desde el vientre de su madre.
A partir del momento en que ésta reconocía el hecho de la concepción y hasta el final del segundo año de vida, que era la duración habitual de la lactancia, la influencia espiritual de la madre era, según nuestra creencia, de la mayor importancia.
Su actitud y sus meditaciones secretas han de ser tales que infundan en el alma receptiva del niño nacido el amor al "Gran Misterio" y un sentimiento de hermandad con toda la creación.
El silencio y el aislamiento son la regla de vida de la mujer embarazada.
Pasea piadosamente en la quietud de los grandes bosques, o en el seno de la pradera no hollada, y para su espíritu poético el nacimiento inmanente de su hijo prefigura el advenimiento de un hombre insigne - un héroe, o una madre de héroes -, un pensamiento concebido en el seno virgen de la naturaleza primordial y soñado en un silencio que sólo es roto por el suspiro del pino o la conmovedora orquesta de una cascada distante.
Y cuando el día más trascendental de su vida empieza - el día en que va a haber una nueva vida el milagro de cuya formación le ha sido confiado -, ella no busca ninguna clase de ayuda humana.
Ha sido entrenada y preparada en cuerpo y alma para este su deber más sagrado durante toda su vida.
Es mejor enfrentarse sola a la prueba, en un lugar donde no haya ojos curiosos o compasivos que la turben, donde toda la naturaleza diga a su espíritu : "¡Es el amor! ¡Es el amor! ¡El cumplimiento de la vida!"
Cuando una voz sagrada le llega surgida del silencio y un par de ojos se abren ante ella en medio de la soledad, ella sabe con alegría que ha ejecutado bien su parte en el gran canto de la creación.
Al cabo de poco regresa al campamento, llevando consigo el misterioso, santo y queridísimo bultito.
Siente su calidez cautivadora y oye su suave respiración.
Todavía es una parte de ella, ya que ambos se nutren del mismo bocado, y ninguna mirada de amante podría ser más dulce que su mirada fija, profunda y confiada.
La madre continúa su enseñanza espiritual, primero silenciosamente - un mero señalar la naturaleza con el dedo -, después en canciones susurradas, como la de los pájaros, por la mañana y por la noche.
Para ella y para el niño los pájaros son verdaderas personas, que viven muy cerca del "Gran Misterio"; los árboles murmurantes expresan Su presencia; las aguas que caen cantan Sus alabanzas.


" Charles A. Eastman " (Ohiyesa).
Sioux Santi.