MITO DE LA MUJER BÚFALO BLANCO

Hace muchas generaciones, cuando los lakotas habitaban aún junto al lago, muy lejos, al este vivieron un invierno de espantosas crudeza. Una gruesa capa de nieve cubrió la tierra y los ríos se congelaron en sus lechos. Todos los días se oía el agudo crujido de los árboles por el frío que corroía sus corazones; y de noche, los montones de pieles y los llameantes fuegos de los tipis a duras penas mantenían la sangre corriendo por las venas. Parecía que los animales de caza hubieran abandonado la región, pues aunque los cazadores afrontaban a menudo las penurias de la cacería invernal, regresaban con las manos vacías, y el gemido de las mujeres y los niños hambrientos se unía a los lamentos del bosque. Cuando llegó al fin una primavera tardía, se tomó la decisión de abandonar aquel país tan expuesto a la cólera de Wazíya, el Espíritu del Norte, y buscar una patria mejor hacia el crepúsculo, donde reinaban los Seres Alados, que existían desde el principio.
Poco tenían que llevarse , aparte de los tipis y los mantos de piel; engancharon, pues, los pocos perros que no se habían comido a las narrias cargadas. Enviaron a dos hombres jóvenes por delante. Ninguna pareja podría haber tenido carácter más distinto que ellos dos, pues mientras que uno era valiente, cordial, desprendido y bondadoso, el otro tenía un corazón ladino y únicamente pensaba en placeres y vicios.
Libres de trabas como iban, los exploradores pronto dejaron atrás la lenta y cansina hilera de hombres macilentos, mujeres inclinadas bajo las cargas de las que deberían haber tirado los perros, niños rezagados y los pocos perros flacos que arrastraban las narrias sobrecargadas. Tarde ya, los exploradores consiguieron cazar un ciervo y, creyendo que su pueblo llegaría a aquel punto para la acampada nocturna, lo dejaron donde había caído; y se alejaban para buscar más caza, cuando uno de ellos sintió el súbito impulso de mirar atrás. ¡Prodigiosa visión! Allí, en la niebla que se alzaba sobre una pequeña loma, apareció la figura de una mujer. Mientras miraban asombrados, la nube se alzó lentamente y los jóvenes vieron a una doncella pura y hermosa. Por todo vestido llevaba una falda corta, pulseras y ajorcas en los tobillos, todo de salvia. Al brazo izquierdo llevaba un fardo bien atado de piel roja de búfalo; a la espalda, un carcaj; y en la mano izquierda sujetaba un ramo de hierba aromática.
El deseo de poseer a aquella hermosa mujer dominó en el acto al joven de corazón malvado; pero su compañero intentó disuadirle advirtiéndole que podría ser WAKAN y mensajera del Gran Misterio.
¡No, no! gritó él con vehemencia, ¡no es sagrada, sino sólo una mujer, humana como nosotros, y deseo poseerla!
Sin esperar, corrió hacia la mujer, que le advirtió con presteza que era un ser sagrado. Cuando él insistió y se acercó más, ella le ordenó con firmeza que se detuviera pues tenía un corazón malvado y era indigno de acercarse a los objetos sagrados que ella llevaba. Él avanzó pese a toso, y ella retrocedió, posó en el suelo su carga y se le acercó. El otro joven creyó ver de pronto que la niebla descendía y envolvía a la misteriosa mujer y a su compañero. Siguió a este un espantoso estruendo cascabeleante y silbante, como el de miles de serpientes de cascabel enfurecidas. A punto estaba el aterrado observador de huir del espantoso lugar cuando la nube se alzó tan súbitamente como había descendido, y pudo ver los huesos pelados de su anterior camarada, y a la hermosa virgen erguida serenamente junto a ellos. Ella le habló entonces amablemente, pidiéndole que no tuviera miedo, porque había sido elegido para ser sacerdote de su nación.
-Tengo muchas cosas que dar a tu pueblo -le dijo-.
Ve ahora al lugar en el que han acampado y diles que se preparen para mi llegada. Levanta un gran círculo de ramas verdes, dejando una abertura hacia el Este. Levanta en el centro un tipi de asamblea y cubre el suelo del interior completamente de salvia. Iré por la mañana.
Lleno de temor reverencial, el joven volvió apresuradamente y transmitió a su pueblo el mensaje de la mujer santa. Bajo su dirección, se cumplieron reverentemente las órdenes de ella, y que eran el mensaje del Gran Misterio. Por la mañana, reunidos en el círculo de ramos verdes, aguardaron anhelantes, esperando que la mensajera del Misterio entrara por la abertura del Este. Obedeciendo súbitamente a un impulso colectivo, se volvieron a mirar en la dirección contraria, ¡y he aquí que ella estaba entre ellos!
Entrando en el tipi con una serie de hombres justos y horados designados por el joven al que ella había elegido para recibir los ritos sagrados, abrió inmediatamente la piel de búfalo roja y les mostró su contenido: tabaco, la pluma de un águila moteada, el pellejo de un pájaro carpintero de cabeza roja, un rollo de pelo de búfalo, algunas trenzas de hierbas aromáticas, y, lo más importante, una pipa de piedra roja con la imagen tallada de un búfalo joven coronando su cañón de madera. Les explico al mismo tiempo que el Gran Misterio la había enviado a revelarles sus leyes y a enseñarles cómo rendirle culto, para que se conviertan en un pueblo grande y poderoso.
Cuatro días permaneció con ellos en el tipi, instruyéndoles y enseñándoles las normas que debían observar : cómo debería el hombre que quisiera poseer gran poder wakan ir a lugares altos y ayunar varios días, para tener visiones y recibir la fuerza de los Misterios; cómo castigar al de corazón malvado que pecara contra los derechos de su hermano; cómo instruir a las muchachas en la pubertad y cuidar a los enfermos. Les enseñó también al honrar al Gran Misterio eligiendo todos los años en el verano una virgen, que debía ir al bosque y cortar un árbol recto; lo arrastraría y los levantaría para la Danza del Sol, pero antes de la ceremonia todas las vírgenes debían ir a tocar el tronco, proclamando así su pureza. Pero una falsa declaración sería descubierta por el hombre joven que podía demostrar la transgresión y la joven que deseara triunfar en la guerra o en el amor debería pintar una piedra y hacer el voto de que en la próxima danza se ofrecería al Misterio; así, siempre que viera aquella piedra recordaría la promesa.
Les enseño luego las cinco grandes ceremonias que deberían observar: Hunká-lowanpi, Wiwán-yank-wáchipi, Hanbelé-cheapi, Tatánka-lowanpi, y Wanághi-yuha (El canto del padre adoptivo, la Danza del Sol, la Súplica de la Visión, el Canto del Búfalo y la Custodia de las Almas.) Entregó la pipa sagrada a la custodia del joven elegido, con la advertencia de que sólo debía quitarse su envoltura en casos de la más extrema necesidad tribal. Del carcaj que llevaba a la espalda sacó seis arcos y seis flechas, que entregó a otros tantos jóvenes de valor, hospitalidad y rectitud probados. Les ordenó que, cuando ella se fuera, acudieran con aquellas armas a la cima de determinada colina, donde encontrarían una manada de seiscientos búfalos, que tendrían que matar. En medio de la manada verían seis hombres. Tenían que matarlos también, cortarles luego las orejas y atarlas al cañón de la pipa sagrada. Estas fueron sus últimas palabras:
"Mientras creáis en esta pipa y honréis al Misterio tal como os he enseñado, prosperaréis; tendréis abundante comida; creceréis y seréis una nación poderosa. Pero cuando vosotros, como pueblo, dejéis de reverenciar la pipa, entonces dejaréis también de ser una nación".
Y, con estas palabras, salió del tipi,
dirigiéndose a la abertura del lado oriental del círculo del campamento. Y desapareció súbitamente. El pueblo corrió a ver qué había sido de ella y solamente vio a una hembra blanca de búfalo trotando por la pradera.


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