LA CONCIENCIA DE LA NATURALEZA

“Las gentes creen que la naturaleza es algo inconsciente, pero se equivocan. ¡Pobres gentes!”

“¡HIJOS DE LA TIERRA! escuchad a vuestros instructores, los Hijos del Fuego…”

“Reyes y reinas del fuego, criaturas de los bosques... ¡os conjuro!. No hay selva que no tenga su genio... No hay ár­bol que no tenga su criatura, sus poderes y su inteligencia... No hay árbol sin alma... Todo vegetal es el cuerpo físico de una criatura elemental de la naturaleza...”

“Las plantas tienen alma, y las almas de las plantas encierran todos los poderes de la Diosa Madre del Mundo...”

“Las almas de las plantas, son los elementales de la Naturaleza. Estas criaturas inocentes todavía no han salido del Edén, y por lo tanto aún no han perdido sus poderes ígneos...”

“Los elementales de las plantas, ju­guetean como niños inocentes entre las melodías inefables de este gran Edén de la Diosa Madre del Mundo”.

“No hay nada que no tenga alma en esta creación ardiente...”

“Si observamos con los ojos del Es­píritu el fondo ardiente de una roca milenaria, vemos que CADA ÁTOMO ES EL CUERPO FÍSICO DE UNA CRIATURA ELEMENTAL mineral, que lucha, ama y trabaja entre el crepitar ardiente de las llamas universales, anhelando intensamente subir las gradas ardientes del carbón y del diamante, para tener la dicha de ingresar al reino sublime de los vegetales...”

Así, con estos párrafos anteriores nos habla nuestro Venerable Maestro SAMAEL AUN WEOR, en su maravillo­sa obra “Rosa Ígnea”.

Millones de lectores de periódicos rusos recibieron las primeras ideas de que las plantas comunican sus emociones al hombre en octubre de 1970, cuando Pravda publicó un articulo titulado “Lo que nos dicen las hojas”.

“Las plantas hablan... Sí, gritan” declaró el órgano oficial del partido comunista. “Solo que parece que aceptan sus infortunios sumisamente y sufren su dolor en silencio” El reporte de Prav­da, y Chertkov nos dice que fue testi­go de estos acontecimientos extraordi­narios en Moscú cuando visitó, el labora­torio de Clima Artificial, instalado en la Academia de Ciencias Agrícolas de Timiryazev.

“Delante de mis ojos, un tallo de echada gritó literalmente cuando se metieron sus raíces en agua caliente. Es verdad que la “voz” de la planta sólo se registró en un instrumento electró­nico especial de extraordinaria sensibilidad que reveló en una ancha tira de papel “un valle de lágrimas sin fondo” Como si se hubiese vuelto loca, la aguja grabadora describió en las contorsiones de sus trazos sobre la superficie blanca la agonía mortal del tallo de cebada, aunque, limitándose a mirar a la pequeña planta, nadie habría sospechado jamás lo que estaba padeciendo. Mientras sus hojitas seguían erguidas y verdes como siempre, el “organismo” de la planta estaba ya muriendo. Algún tipo de cé­lulas “cerebrales” nos estaba diciendo desde dentro de ella lo que le ocurría”.

Este aparte anterior extraído del libro “La Vida Secreta de las Plantas”, encuentra un complemento formidable con este otro de la misma obra:

“Creyendo que se estaba haciendo sensacionalismo en los periódicos de occidente”, decía el reportero de Izvesti­ya, Matveyev se trasladó a Leningrado, donde se entrevistó con Vladimir Grigorievich Karamanov, director del laborato­rio de Bio-cibernética del Instituto de Agro-física para recabar una opinión autorizada al respecto.

“Según el reportero de Izvestiya, Karamanov mostraba como una planta leguminosa corriente había adquirido algo equivalente a “manos” para indicar a un cerebro instrumental que cantidad de luz necesitaba. Cuando el cerebro mandaba señales a las “manos”, éstas no tenían más que oprimir un conmuta­dor, y la planta podía entonces esta­blecer por propia cuenta la longitud óp­tima de su “día” y de su “noche”. Pos­teriormente, cuando la misma planta había adquirido el equivalente de unas “piernas”, podía instrumentalmente indi­car si necesitaba agua. Acreditándose como un ser perfectamente racional —seguía el reportaje—, la planta no se atragantaba vorazmente de agua sin ton ni son, sino que se limitaba a beber unos dos minutos por hora, regulando la cantidad que necesitaba con la ayuda de un mecanismo artificial”.

“Esto era algo auténticamente sensacional en el terreno científico y técnico — terminaba el artículo —, demostración evidente de las capacidades técnicas del hombre del siglo XX”.

Cuando se le preguntó si creía que Backster había descubierto algo nuevo, Karamanov replicó en tono algo tolerante: “¡Nada de eso! Que las plantas son capaces de percibir el mundo que las rodea es una verdad tan anti­gua como el mismo mundo. Sin percep­ción, no puede haber ni hay adaptación. Sí las plantas careciesen de órganos sen­soriales y no tuviesen medios de transmi­tir y procesar la información con su me­moria y lenguaje propio, inevitablemente perecerían”

El profesor V. N. Pushkin, de la Unión Soviética, doctor en Ciencias Sociológicas, tratando de encontrar un sig­nificado en las reacciones de las flores, escribió:

“Es posible que exista un vínculo específico y positivo entre los dos sistemas informativos, el de las células de las plantas y el del sistema nervioso. El lenguaje de las células de las plantas puede estar relacionado con el de las cé­lulas nerviosas. Estos dos tipos de cé­lulas vivas totalmente distintas parecen ser capaces de “entenderse” recíprocamen­te”,

De la misma obra, entresacamos lo siguiente:

“La magia y el misterio del mundo vegetal que existe tras estas actividades científicas se han convertido también hace poco en el tema de un libro nuevo, titulado Hierba, de un escritor popular eslavófilo, Vladimir Soloukhin, que apare­ció a fines de 1972 en cuatro números de la revista Nauka i Zhizn (Ciencia y vida), que tiene una circulación de tres millones. Nació Soloukhin en una aldea próxima a la antigua ciudad de Vladimir, de Rusia septentrional, y quedó fasci­nado con la exposición que un buen día hizo Pravda del trabajo desarrollado por Gunar, extrañándose mucho de que no hubiese provocado más entusiasmo en sus paisanos rusos”.

Es posible que estén estudiados superficialmente los elementos de la me­moria de las plantas — escribe —, ¡pero por lo menos están en blanco y negro! Sin embargo, nadie es capaz de llamar a sus amigos o vecinos, nadie es capaz de gri­tar con voz de borracho por teléfono: ¿No te has enterado de lo que ocurre? ¡Las plantas son capaces de sentir! ¡Las plantas sienten dolor! ¡Las plantas gri­tan! ¡Las plantas lo recuerdan todo! ¡Las plantas piensan!.

Al empezar Soloukhin a llamar por teléfono a sus amigos, lleno de en­tusiasmo y alegría, se enteró por uno de ellos de que un miembro notable de la Academia Soviética de Ciencias, que trabajaba en Akademgorodok, la nueva población habitada casi exclusivamente por científicos investigadores y situada en las afueras del centro industrial mayor de Siberia Novosibirsk, había dicho lo siguiente:

“¡No se asombren! También noso­tros estamos realizando muchos experi­mentos de este tipo, todos los cuales se polarizan hacia una sola idea: las plan­tas tienen memoria. Son capaces de re­coger impresiones y retenerlas largos periodos. Hicimos que un hombre moles­tase y hasta torturase a un geranio varios días seguidos. Lo pellizcó, lo despedazó, le pinché las hojas con una aguja, echó ácidos en sus tejidos, lo quemé con un fósforo y le cortó las raíces. Otro hombre cuidó con todo cariño al mismo geranio, lo regó, removió y esponjó su suelo, lo salpicó con agua fresca, buscó apoyo para sus ramas, más pesadas y atendió a sus quemaduras y heridas. Cuando aplicamos los electrodos de nuestros instrumentos a la planta, ¿qué creen ustedes que ocurrió? En cuanto el que la había atormentado se le acerca­ba, el punzón grabador del instrumento empezaba a moverse frenéticamente. La planta no se ponía precisamente “nervio­sa”, sino que se asustaba, se horrorizaba. Si hubiese podido, se habría arrojado por la ventana o habría atacado a su verdugo. En cuanto éste se marchaba, y se ponía a su lado el hombre bueno, el gera­nio se apaciguaba, sus impulsos se desva­necían, y el punzón trazaba sobre la cartulina líneas tranquilas, podría decirse que hasta cariñosas”

I. Zabelín, doctor de ciencias geográ­ficas y profesor de la Universidad de Mos­cú, expresó:

“Estamos comenzando nada más a comprender el lenguaje de la naturale­za, SU ALMA, su razón. El “mundo in­terior” de las plantas se esconde a nuestra mirada tras setenta y siete sellos”.

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