Señora de la Luna Nueva :
¡Yo sé que no me vas a prohibir escribir este nombre en una carta, ya que fuiste tan bondadosa un día sagrado que me permitiste escribirlo en un poema, y este poema unido a la música fue cantado por ti!
Ahora que has establecido un lazo a través del silencio del año y has hecho una pregunta, voy a contestarte.
Eso es cierto.
Tus amigos que llegaron a la Provincia de Tusayan para ver las danzas con máscaras de la Primavera de los Hopis, te han transmitido la verdad, deformada -así hay que decirlo- por los prejuicios de sus amigos, los misioneros de tu fe.
Pero la verdad es ésta.
Creo ver los bellos ojos color turquesa muy abiertos al leer esto.
Puedo oír la respiración entrecortada y sentir la impresión que te produce esta confesión.
¡Sí! Yo soy de nuevo un indio...!!!
Desde el mocasin de cuero marrón de antílope hasta la banda roja que ciñe mi cabeza, ya no queda nada del atuento de hombre blanco, que manifestaba a tus amigos que yo era un jugador del equipo de la Universidad, que durante cierto tiempo fue conocido con un nombre sin sentido de hombre blanco, y que se sentaba a tu lado sobre las dunas del Mar del Este hace ahora un año.
Ahora estoy sentado solo y te escribo esto sobre una duna de arena bajo el cielo de Arizona, a los pies de los riscos de la vieja Walpi.
He venido hasta aquí desde mi antigua torre del terraplén para estar en silencio y escribirte.
Las voces de los Hopis son muy amables, muy acariciadoras en su entonación, pero hoy su música no significa nada para mí.
En las dunas de arena siempre hay silencio; es como un vasto desierto de inconmensurables silencios donde todo lo humano puede enterrarse y ser olvidado.
Las blancas conchas que recogiste y que me entregaste en broma para hacer un collar para una joven india, están ahora en un altar de piedra muy antiguo, sobre una maravillosa mesa.
Están junto a los bahos (bastones de plumas de oración) de nuestra primitiva religión.
El Dios de los Cielos los guarda aquí.
Esta mañana, al amanecer, planté un baho de plumas blancas, y enfrente uno de agujas de pino.
¡El pino crece en el lugar donde cogiste las conchas!
¿Con qué Oración-Pensamiento fueron plantados?
Tú, Señora de la Luna Creciente, y de los cabellos sedosos, no lo aprobarías, ni tampoco aprobarías la manera en que fue ofrecido a los Dioses de los Otros Mundos.
Te escribo esto muy claramente para que no haya duda.
La tierra de las carreras y de los juegos y de las tardes tomando té bajo la glorieta, ésa fue otra vida que yo viví.
Ahora es Sé-kyal-ets-tewa (Luz del Amanecer)
El indio, el que te escribe, y que venera tu recuerdo, y que de nuevo vive la vida india en una ciudad india del desierto.
¡Lolomi!

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