Sal, azufre y mercurio. Alquimia. Ojos de fuego.

Los secretos del Gran y el Pequeño Mundo sólo se distinguen en su forma de manifestación, pues son UNA sola cosa y UN solo ser. Cielo y tierra fueron creados de la nada, pero están compuestos de tres cosas, de mercurio, azufre y sal... Igual que el Gran Mundo está así formado por las tres materias primigenias, así también el hombre -el Pequeño Mundo- fue hecho de aquellas en las que consiste. El hombre no es pues otra cosa que mercurio, azufre y sal (Liber Paragranum)

La tierra es negra, marrón y sucia, nada hay en ella hermoso ni agradable; pero en ella se ocultan los colores todos; verde, azul, blanco, rojo. No hay ninguno que no tenga. Cuando llegan la primavera y el verano, afloran todos los colores que -si no lo atestiguara la tierra misma- nadie hubiera supuesto en ella. Igual que de tal tierra negra y sucia surgen los colores más nobles y finos, así algunas criaturas han salido de la "materia originaria", que en su falta de separación sólo era suciedad al principio. ¡Mirad el elemento agua, cuando está sin separar! Y después, ved cómo de ella surgen todos los metales, todas las rocas, los brillantes rubís, los relucientes granates, los cristales, el oro y la plata; ¿pero quién los hubiera advertido en el agua... excepto Aquel que los engendró en ella? Así que Dios sacó de las materias básicas lo que había metido en ellas, y puso todo lo creado en su destino y en su sitio (Philosophia Tractatus Quinque)

El formador y el modelador del árbol está en el mismo, es decir, en su semilla. Otro tanto ocurre con las hierbas; tampoco la semilla representa más que el principio de la forma, para cuyo conocimiento se requieren además la lluvia, el licor de la tierra y otras cosas más, cada una de las cuales está representada en las ramas, los tallos, las hojas y las flores.
De esta manera todas las formas están ya contenidas en el exterior de todas las cosas capaces de crecer. Por eso cuando esas formas nos abandonan quedamos incapacitados para crecer, acabando por morir en un estado precario y bajo una forma elemental
(deserta). Al contrario, cuando estamos en pleno crecimiento, necesitamos hacer acopio de esas formas o alimentos a fin de que en ningún momento lleguen a faltarnos, ya que sólo su esencia, semejante al fuego, puede incrementar nuestra forma e imagen, sin la cual pereceríamos de consunción.
Esa es la razón por la cual debemos conocernos a nosotros mismos, si no queremos morir por falta de forma (Opus Paramirum, 151).

¿Quién entre los profanos será capaz de ver aceite en la madera o agua en la piedra? Nadie sin duda. Nadie, excepto el médico, el cual buscará a la inversa, la madera en el aceite y la piedra en el agua. Lo que constituye la adopción de la más sutil filosofía (Philosophia Sagax). (Opus Paramirum, Libro III)

Los ojos no deben sólo ver, sino también sentir y las cosas deben instituirse según la naturaleza de la anatomía, es decir, deducidas del fundamento verdadero y natural, resueltas (consequi) las unas de las otras según sus propias bases, y no guiadas solamente por nuestra opinión o juicio. De este modo alcanzaremos a ver y percibir lo invisible como lo visible (Opus Paramirum, Libro IV)

La rosa, que es magnífica en su primera vida, cuando la anima la esplendidez de su perfume (gustus), no tiene utilidad médica alguna, siendo preciso que se pudra, muera y renazca después nuevamente, para que adquiera tal virtud. Sólo entonces podréis hablar de sus propiedades medicinales y administrarla en vuestras recetas.
Pues así como todo lo que pasa por el ventrículo (estómago) experimenta la putrefacción, con cuyos productos se construye el ser humano, así nada de lo que ha de formar la Medicina puede quedar imputrefacto.
La razón por la cual no existen remedios para la primera vida está en que no hay en ella nada que escrutar, dado que toda su complexión y todo su ser está destinado a perecer sin dejar ningún rastro. Así pues, nada de lo que no perdure y de lo que no resuelva en una nueva natividad está sometido a la Medicina. De lo que resulta que todo el trabajo del médico no estará encaminado sino a conseguir una nueva natividad. Ahí están y de ahí provienen el verdadero Azufre, el Mercurio y la Sal auténticas, en los que se contienen
(extent) todos los Arcanos, obras, curaciones y fundamentos.
Sólo cuando la segunda vida ha sido introducida y que la primera se ha retirado del cuerpo, estamos en condiciones de usar y aprovechar la primera materia y de encontrar allí mismo la última. De esta vida media ha de salir pues la nueva vida, libre ya de toda otra enfermedad o muerte que no sea el gran fin en el que todas las cosas han de perecer. (Opus Paramirum, Libro I, cap. 6)

La razón por la cual ninguna nueva vida puede perdurar está justamente en su fragilidad, lo cual es a la vez el motivo y fundamento de la muerte.
Todo el fundamento de esto está por consiguiente en que el hombre considere que sólo cuando se exponga y separe el cuerpo medio, han de manifestarse las cosas primeras. Sólo aquel que las reconozca para la vida nueva
(ex nova vita) conocerá verdaderamente el objeto de esta vida.
Sobre esto existen dos partes
(subjecta): una constituída por el enfermo, a solas, con su vida media vegetativa y cuya nueva vida, o sea la salud, se le ha escapado transitoriamente; y otra, en la que está la Medicina, que trata de proteger la vida media a través de la nueva vida. Por eso los Arcanos están en la vida nueva y no en la primera ni en la media. (Opus Paramirum, Libro I, cap. 6)

No debéis sorprenderos de que cuando los ojos no están educados no puedan ver muchas de estas cosas, ya que el cuerpo medio (medium corpus) obscurece los ojos, poseyendo en cambio la ciencia sobre la que debe apoyarse todo médico. Esa ciencia revela más cosas al médico que al profano... La ciencia es verdaderamente el origen de la fuerza del médico, ya que sólo a través de él pueden revelarse públicamente los milagros de Dios... Así, ninguna cosa que esté escondida podrá dejar de ser revelada por el médico, cuya luz podrá ser proyectada sobre la tierra, el agua, el firmamento, el fuego y sobre todas las cosas, en fin, que quieran contemplar las maravillas del Dios que las ha creado y en cuya mente viven antes de todo.
El que aún haya cosas sin explicación se debe solamente a que el trabajo intelectual necesario no ha sido aún proyectado con la profundidad debida.
Puede decirse que la ceguera de los ojos, el glaucoma, la catarata y la mancha blanca, invaden también las otras profesiones... Estas cegueras se parecen todas entre sí e importa mucho que sean corregidas. Pues así como la ceguera de médico es la muerte del enfermo, así la otra ceguera es la muerte del alma (Opus Paramirum Libro I, cap. VI)

Las enfermedades extrañas requerirán así que el médico las estudio con métodos extraños, aplicándoles las concordancias que correspondan, preparando y separando las cosas visibles y reproduciendo sus cuerpos a su última materia con ayuda del arte espagírico o de la Alquimia... El médico, en efecto, sólo debe serlo de las enfermedades que conozca, pero no de las que ignore. Por eso no debe preocuparse como no nos preocupamos nosotros, de ser influidos por los árabes, bárbaros o caldeos. Y no creer en nada de los otros que no haya sufrido la prueba del fuego, pues eso no es verdadera Medicina, ya que como hemos dicho repetidamente, el fuego crea al médico. Aprended pues la Alquimia, también llamada Espagiria, y ella os enseñará a discernir lo falso de lo verdadero. Con ella poseeréis la luz de la Naturaleza y con ella por tanto podréis probar todas las cosas claramente, discurriéndolas de acuerdo a la lógica y no por la fantasía. (Opus Paramirum, Libro I, cap. 3)

Así pues es preciso que abramos bien los ojos en este arte a fin de que distingamos las cosas no sólo médicamente sino con la verdadera mirada del fuego y no con la sencilla contemplación de los rústicos y los profanos. Este ha de ser el fundamento desde el que acometeremos el estudio del tratamiento médico, a la vez que el motivo que nos haga separarnos definitivamente de las complexiones y de los cuatro humores... La verdad es que toda enfermedad tiene que ser caliente o fría. ¿Cuál podría carecer de estos "colores"? Diremos que ninguna; y sin embargo ésos no son más que signos y no enfermedades propiamente dichas. De modo que aquel que tome los signos por la materia se engañará fatalmente (Opus Paramirum, Libro I, cap. IV)

No puede existir ninguna verdad fundamental en las enfermedades o en el hombre que no haya recibido su luz de la Naturaleza, según puede probarse siempre por numerosos testimonios. Esa es en efecto la gran luz del Mundo. Y os digo que así como el oro puede contrastarse hasta siete veces por el fuego, así el médico debe probarse siete y más veces aún por el fuego, ya que el fuego probará a su vez las tres substancias, mostrándolas al desnudo, puras, limpias y sencillos. Por eso no puede decirse que nada haya sido probado debidamente en tanto no haya sido sometido a la prueba del fuego. El fuego prueba todas las cosas y siempre, al separar las impurezas, acaba haciendo aparecer las tres substancias puras. Así el médico será probado no por propia naturaleza sino según el arte teórico y práctico en que se haya iniciado bajo el bautismo del fuego. Porque estas tres cosas, estos tres principios, no son perceptibles para los ojos de los rústicos y no se dejan captar fácilmente, siendo justamente el fuego el que develará la obscuridad que los envuelve, exponiéndolos nítidamente a nuestros sentidos. (Opus Paramirum, Libro I, cap. 1)

Es necesario que las causas de la salud y de la enfermedad sean claramente visibles y que ninguna obscuridad se proyecte sobre ellas, razón por la cual nos hemos referido antes al fuego, en cuyo seno se encuentran escondidas todas las cosas y bajo cuya acción se ponen de manifiesto. De esta visibilidad (aspectu) nacen los testimonios de la ciencia médica. Por eso el médico es médico por la medicina y no sin la medicina, pues ésta es anterior a él y existe por sí misma; de lo que se deduce que su estudio está en la observación de los hechos y no en la fantasía del médico... Pues en verdad que el fuego ha sido conferido a los maestros y no a los discípulos.
Os aclararé esto: digo que no hay nada en el interior del hombre, por más brillante que sea su genio, que pueda hacer de él un médico. Nada en él pertenece al arte de la medicina, pues en esto su espíritu está tan vacío como una cesta; a pesar de ello ese espíritu -esa cesta- se halla en disposición de albergar las cosas que le sean entregadas y que son verdaderos tesoros. Todavía ese genio brillante y bien dispuesto carece de experiencia, de ciencia y de arte médico, pues en realidad todo lo que aprendemos y experimentamos debe quedar encerrado por un tiempo y sólo aplicarlo después en el momento oportuno.
Considerad ahora estos dos ejemplos:
Ved el vidriero y preguntaos de dónde o de quién ha recibido su arte. Convendréis conmigo en que no ha sido de él mismo, ya que su razón no ha podido aún penetrarse de los fundamentos de su arte, a pesar de lo cual le ha bastado tomar la materia y echarla en el fuego para que la luz de la Naturaleza haga aparecer el cristal ante sus ojos.
Ved ahora el carpintero. El carpintero que construye una casa puede a su vez alcanzar este arte por el simple impulso de su iniciativa razonada, con tal de que posea un hacha y una madera buena para su trabajo.
El médico es como el vidriero, pues por más que tenga ante él un enfermo y a su disposición los diversos medicamentos, carece de la ciencia y del conocimiento de las causas. Si por el contrario posee el hacha y la madera del carpintero, puede llegar a ser médico verdaderamente. Tanto de una manera como de la otra, por más que como buen artesano se prepare una buena hacha y ponga luego todo su talento personal en aprender a servirse de ella debidamente, necesitará del fuego para que el tesoro oculto se manifieste, esto es, para que la Farmacopea y la ciencia encerrada en su inteligencia alcancen la finalidad de su medicina....
Pues todo cuanto el fuego enseña no puede ser probado ni comprendido sin el fuego. (Opus Paramirum Libro I, cap. 1)

Porque va en contra de la Filosofía el que las florecillas no deban participar de la eternidad; aunque se marchiten, comparecerán cuando se reúnan todas las estirpes. Y no se ha creado nada en el Mysterium Magnum, en el Gran Mundo milagroso de Dios, que no esté representado también en la eternidad (Philosophia ad Athenienses, Libro II)

No hay comentarios: